Parece ser que las personas necesitan de algo externo
que las exima de toda responsabilidad, que las exculpe de todos sus actos, una
mano invisible que mueva los hilos de sus abotagadas vidas. Pero lo cierto es
que esa mano tiende más bien a ser algo abstracto, algo más parecido a lo que
en La Guerra de las Galaxias llamaban “La Fuerza”.
¿A qué conduce, pues, esta flamante teoría del
destino? Llegaría al nivel del psicoanálisis, ¡o de la religión! Lleva a que la
gente tan sólo tiene que hacer el vago esfuerzo de “creer”. El sexto Principio
de la metafísica dice: “Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene su
causa; todo sucede de acuerdo con la Ley; la suerte no es más que el nombre que
se le da a una Ley no conocida […]”. ¡Bien! Ya nos ha quedado claro que toda consecuencia ocurre de acuerdo a
una serie de leyes pero, espera, ¿tengo que CREERME esa causa desconocida…?
Para descubrir esa causa
desconocida, habría que remontarse a su causa anterior (ya que esta causa que
nos concierne fue, en algún momento pasado, consecuencia de algo), y en la
anterior a esta más tarde, etc. Es decir, habría que retroceder hasta el Primer
Motor Inmóvil del que nos hablaba Aristóteles hace ya muchos años. Veamos una
conversación extraída del libro “Platón y un ornitorrinco entran en un bar…”:
Dimitri: Si Atlas sostiene
el mundo, ¿qué sostiene a Atlas?Tasso: Atlas se sostiene sobre el caparazón de una tortuga.
Dimitri: Pero, ¿sobre qué se sostiene la tortuga?
Tasso: Sobre otra tortuga.
Dimitri: ¿Y qué sostiene a esa tortuga?
Tasso: Querido Dimitri, de ahí para abajo todo son tortugas.
Esto refleja el retroceso
infinito, cómo una causa está siempre precedida por otra todavía menos
conocida… ¿hasta dónde? ¿Me creo entonces esta teoría metafísica? La respuesta
es no. No te creas nada, piensa, opina, deduce. Como un sabio me dijo una vez:
“Creer es malo.”
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