(...) Así se han enlazado unas con otras las diferentes fases de mi vida, viéndome precisado a hablar de mis periodos de prosperidad, de mis tiempos de miseria y a trazar mis días felices en mis días de tribulación. Mi juventud ha penetrado en mi vejez; la gravedad de mis años de experiencia ha entristecido mis años de frivolidad; hanse cruzado y confundido lo rayos de mi sol desde la aurora hasta el poniente, y esto ha producido en mi relato una especie de confusión, o si se quiere de unidad indefinible; en mi cuna hay algo de mi tumba, y en mi tumba algo de mi cuna; mis padecimientos se convierten en placeres, mis placeres en pesares y al acabar de leer estas memorias no sé si son obra de un joven de cabellos negros o de una cabeza cana.
Ignoro si agradará o si disgustará esta mezcla, que no está en mi mano remediar, es fruto de la inconstancia de mi suerte; las tempestades no me han dejado muchas veces otra mesa para escribir que el escollo de mi naufragio.
Me han instado para que publique antes de morir algunos fragmentos de estas memorias, pero prefiero hablar desde el ataúd: entonces acompañarán a mi narración esas voces que tienen algo de sagrado, porque salen del sepulcro. Si he padecido en este mundo lo bastante para ser una sombra feliz en el otro, algún destello de los Campos Elíseos derramará su luz protectora sobre mis últimos cuadros: la vida me cae mal, acaso la muerte me caerá mejor.